Crítica
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PEBETA DE MI BARRIO
Acerca de Arrabal Payaso

Si bien ya en las primeras presentaciones de Arrabal Payaso, a finales del año pasado, su espíritu poseía el gran movilizador de la risa, ahora nos encontramos además frente a una obra que ha madurado en sus intereses, en parte gracias a un muy buen trabajo de dirección -que se nota- pero también y por sobre todo a que los actores en escena se despliegan con una naturalidad y una unidad que le confieren a la obra rigurosidad, coherencia y solidez sin que por ello pierda frescura y vitalidad (¡vaya si la hay!), logrando de esta manera un todo orgánico que inclusive deja que las improvisaciones propias del género y del impulso vital del clown o los pequeños cambios propios de la vorágine de cada función no operen en detrimento de la misma, sino que se integran y se resignifican armoniosamente.

Lo que sigue a continuación es la expresión de un espectador que, sin ser un especialista en el tema, realmente ha disfrutado hasta extasiarse de risa con la obra y que lo ha movilizado a recoger un leve friso de su grata experiencia mediante algunas líneas. ¡Y es que en verdad Arrabal Payaso no tiene desperdicio!

Por Pablo Acosta

Desde el principio el espectador, casi sin proponérselo, ingresa sin dificultades al universo autónomo de los personajes, pues por debajo de la superficie, es decir lo que concierne estrictamente a la acción dramática y fundamentalmente a la historia, existen capas y subtextos de significación que apelan al proceso evocativo propio de cada espectador, para que de esta manera reconstruya y elabore con sus propias vivencias la diégesis de los personajes, cargándola con sentido de pertenencia propio, porque… ¿Quién no ha vivido una historia de amor? ¿Quién no se ha sentido un poco “El Maestro” alguna vez caminando a la deriva en busca de una mujer que parece haberse esfumado? ¿Cómo no reconocer las armas de coquetería de Pebeta para seducir y llamar la atención del Maestro?

Esta forma de pensar y abordar al espectador desde la dramaturgia es un acierto del trabajo colectivo, que la lleva a trabajar con saberes que le son propios y comunes al espectador. Y es que Arrabal Payaso apela al saber popular, donde los costumbrismos, lejos de estar tipificados, son originales y reconocibles a la vez, como una observación sincera de la dinámica de la vida. Es por ello que el espectador puede trasladar sus propias vivencias, proyectándose subjetivamente para que las grietas que surgen entre lo que se dice y lo que no se dice, entre lo que se ve y no se ve, sean llenadas, completadas por un espectador activo en el sentido estético del término. Más allá de las convocatorias evidentes cuando se invita al público a participar, por ejemplo en ciertos coros (¡Yobacaaa!), la obra excede la simple complicidad con el espectador para que con su imaginación, su subjetividad y sus propias experiencias complete la obra y de esta manera lo simbólico se manifieste. Inclusive reconstruyendo el entorno en que se mueven los personajes, donde una puesta acética formada por un farolito, una ventana, dos cajoncitos y dos bastidores es suficiente desde el significante escenográfico para generar la construcción de ese universo autónomo.

En este sentido y en gran medida se debe al verdadero trabajo en colaboración del tándem conformado por Mariana Lopardo y Federico Godfrid, que sin caer en una clasificación absurda de géneros han sabido adjudicarle a la obra una visión femenina y masculina integrada y muy lejos de ser antagónica -aunque paradójicamente utilizan personajes de contraste- lo que realmente le confiere a la obra dimensión humana, natural y con frescura, cuyo correlato se traduce en el cuerpo de dos personajes en escena, Pebeta y El Maestro, que dialogan en el sentido más amplio del término. Existen líneas, acciones, respuestas, problemáticas y reacciones de los personajes -expresadas con la palabra o simplemente que operan por la acción física- que lo llevan al espectador a plantearse “tal cual, esto es así, yo lo viví”, lo que acto seguido y con la gran carga irónica que Arrabal Payaso despliega a cada instante se produce la carcajada generalizada por parte del público, que se traduce para el espectador como un reconocimiento de sí mismo, y a través de la acción de dos payasos cuya máscara es evidente y sin embargo funciona., el espectador se identifica con dos personajes en cuyas narices se condensa el espíritu, el punto donde converge toda la esencia y personalidad del clown.

Y si hablamos de los personajes y sus intérpretes, Mauro Vigneta (El Maestro), por un lado, merece un lugar destacado, porque ha logrado crear un personaje que desde la restricción y la no palabra -salvando las distancias, una suerte de Buster Keaton tanguero- logra la risa por contraste al interactuar con Pebeta y que se potencia cuando se queda solo frente al público profesando una confesión de seguridad y virilidad compartida únicamente con el espectador. Un gesto guitarra en mano, una mirada por arriba de los hombros o una risa a medias (cual seña de 7 bravo de truco) más un caminar mesurado y prolijo alcanzan para producir la carcajada. Un malevo de balas de cebita, vestido de blanco. Ese contraste es el que precisamente hace que la pareja funcione perfectamente, porque se integran y dialogan la efervescencia, el fluir vital y la grandilocuencia de Pebeta con la armonía, la mesura y la sapiencia del Maestro.

El tango determina el marco de pertenencia de la obra y opera como un significante que abre un resabio popular muy fuerte, porque se encuentra en la sangre del espectador. De esta manera se evoca todo un gesto cultural cuya esencia e imaginario colaboran a establecer el código narrativo de la obra, que raya el sainete criollo.

Arrabal Payaso opera con una amplitud tal que logra que la obra pueda ser disfrutada tanto por un niño de cuatro años como por un adulto, ya que existe en todo momento una complejidad de lecturas que determina diferentes capas de significación y sutilezas que abren la obra para que pueda ser disfrutada por un público heterogéneo.

Espontaneidad, inteligencia, vitalidad, humor, juego, creatividad, comunicación e identificación, elementos que hacen de Arrabal Payaso una obra que no tiene desperdicio.

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